El traductor



Vengo de una lengua que no se rige por gramática sino por paladar, rumor y esencias. Por no caber en ella, ni en los que intentan ponerla en cintura, se pervierte en sonante rebeldía mestiza y renace en cada grito de auxilio, en los quebradizos cantos de las mamas, en los presurosos ecos de las calles. Parece que crece aunque migajas arcaicas se olviden en los pesares. 

Por esta lengua encontré armonía, y aún así, trabajo cambiándola, dándole otra vestimenta al pensamiento, sirviendo de puente y red que atrapa sentidos. 

A veces me apeno al creer que la corrompo, otras, afrento con curiosidad y coraje el desafío y otras, pienso en que quizás ni siquiera sea justo. Pero, por algo es una labor tan antigua; hasta y somos los eternos desafiantes del dictamen divino de Babel. 

Sea cual sea el caso, soy un traductor y creo que siempre lo seré. Ya ve que cada vez me cuesta más librarme de la forma de silla y los ojos de computador. Voy poco a poco tomando carácter intermediario y así, ni de aquí, ni de allá. Artesano de palabras, distante, jorobado y miope.  

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